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Murales

«El Mural de los Poblanos»

Colección del restaurante tradicional «El Mural de los Poblanos»

-16 de Septiembre 506, Centro Histórico, Puebla, México-

Mural, emocional, sensible, evocador, nostálgico y sugerente, que rompe en sus figuras y rostros, los cristales del tiempo poblano.

Personajes que llegaron para quedarse en el acontecer histórico de Puebla y que revive el pincel de Antonio Álvarez Morán, sensible y colorido, además de fiel.

Pedro Ángel Palou Pérez

Los 4 Lienzos Juntos.  – 2.19 x 10.65 metros –  Pintados entre 1995 y 2014

Lienzo 1 -2.08 x 1.20 m- Pintado en 2014  y  Lienzo 2 -2.08 x 3.24 m- Pintado en 2001

Lienzo 3  – 2.19 x 2.97 m – Pintado en 1995

Lienzo 4  – 2.08 x 3.24 m – Pintado en 1996

«El Mural de los Dichos Mexicanos»

Óleo sobre tela  – 1.90 x 2.50 m – Pintado en 2010

«El Mural del Cinco de Mayo»

Óleo sobre tela  – 1.75 x 3.90 m – Pintado en 2012

Esta magnífica obra nos permite en una sola mirada observar, conocer, reflexionar e indagar a los personajes y los hechos que han formado la memoria colectiva en torno a este importante hecho histórico. No olvidemos que “Un cuadro no es más que un libro abierto siempre en la misma página”, así que, bajo esta premisa, empecemos a leer los párrafos y renglones que el pincel de Antonio Álvarez nos ha regalado.

Si con alguien debemos comenzar esta narración es con el Gral. Ignacio Zaragoza Seguín (1) nacido en la ciudad Presidio de La Bahía de Espíritu Santo, Texas, en 1829. Su madre fue María de Jesús Seguín Martínez, (2) de quien se conserva una antigua fotografía cargándolo en brazos. Esta apacible imagen que inspiró el retrato pintado por Antonio Álvarez, nos hace imaginar que ellos no sabían que años después, la Guerra de Texas traería en consecuencia que la ciudad, donde había nacido Zaragoza, dejaría de ser parte del Estado de Coahuila y Texas, uno de los 19 estados en que se dividió la Primera República Federal Mexicana entre 1824 y 1835.

En 1861, España, Francia e Inglaterra se reunieron en Londres con el objeto de exigir al gobierno mexicano el pago de las deudas generadas a partir de la Independencia y la Guerra de Reforma, amenazando con la intervención armada y llegando a ocupar con sus fuerzas armadas algunas zonas de Veracruz, hasta que fueron firmados los “Tratados de la Soledad”. Estos tratados son una serie de convenios firmados, el 19 de Febrero de 1862, en una población de Veracruz llamada La Soledad, entre México, representado por Manuel Doblado, Ministro de Relaciones Exteriores; y Juan Prim, (3) quien representaba a Inglaterra, Francia y España. Sin embargo, el representante francés Dubois de Saligny desconoció estos tratados (4) y decidió iniciar la invasión a México.

A esto hay que añadir el inicio de la Guerra Civil en los Estados Unidos de América, llamada “Guerra de Secesión”, en donde el presidente Abraham Lincoln (5) siempre defendió las ideas de libertad contra las ideas esclavistas de los Estados Confederados del Sur, que eran vistas con buenos ojos por el gobierno francés. Hay que recordar que desde 1823 se había dispuesto que el gobierno estadounidense no permitiría ningún tipo de intromisión de los países europeos, algunos de ellos con claras políticas intervencionistas, en el Continente Americano. La famosa frase de James Monroe (6) “América para los Americanos” sintetiza este pensamiento.

Al presidente Benito Juárez (7) le tocó enfrentar la Intervención Francesa, dándole la orden al joven general Zaragoza, de apenas 33 años, de defender la ciudad de Puebla, por ser lugar estratégico para el control de nuestro país.

Así, Zaragoza tuvo la gran tarea de enfrentar a las tropas de Napoleón III (8), consideradas en aquella época como las más poderosas del mundo. Al frente de las fuerzas militares francesas venía el general Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez (9) quien reflejando su soberbia envió un mensaje al soberano francés el 4 de mayo: “Tenemos sobre los mexicanos tal superioridad de raza, de organización, de disciplina, moralidad y elevación de sentimientos, que suplico a vuestra excelencia se sirva decir a su majestad el Emperador que, desde ahora, al frente de sus 6,000 soldados, soy dueño de México”.

El general Zaragoza se hizo cargo de la defensa de Puebla, contando con un ejército formado por Batallones de todo el país (10), siendo Los Fuertes de los cerros de Loreto y Guadalupe los que más se reforzaron para este fin. Estas elevaciones naturales de la ciudad eran conocidas con el nombre náhuatl de Acueyametepec, (11) que significa “cerro cubierto de magueyes y donde abundan ranas”.

Conocemos el desarrollo de la batalla como si fuera una transmisión en vivo porque el Gral. Zaragoza envió la información a Palacio Nacional utilizando la recién inaugurada línea telegráfica (12) Puebla–México. Estos telegramas fueron redactados en el cuartel de la Iglesia de los Remedios. Cuenta la tradición oral que la mesa (13) utilizada para este fin, es la que se conserva en la sacristía de este lugar, teniendo como peculiaridad que las patas simulan a las de una vaca. Pero también hay otras leyendas que circulan en este barrio, como la que cuenta que un soldado invasor al disparar contra los mexicanos que se encontraban en esta iglesia, hirió por error a la escultura de un Cristo, desencadenando la furia divina contra los franceses al comenzar una fuerte tormenta que permitió la victoria mexicana. En el mural de Antonio Álvarez vemos como esta serie de anécdotas cobran vida, permitiéndonos admirar diálogos visuales que sólo en el lienzo son posibles, como la complicidad entre el Señor de la Bala en el Rostro (14) y el antiguo dios Tláloc (15) para enviar la lluvia aliada de los mexicanos.

En esta heroica defensa también participaron otros patriotas como el Gral. Felipe Berriozábal (16) que le informó a Zaragoza después de la Batalla “El orgulloso soldado francés ha sido humillado”.

También estuvo presente en la Batalla, el Gral. Miguel Negrete, (17) poblano conservador a quién los traidores le habían enviado una carta para invitarlo a sumarse al ejército invasor respondiendo como sólo los que darían su vida por el país que los vio nacer lo harían; “antes que partidario soy mexicano”.

Porfirio Díaz, (18) en su faceta de General, también defendió a la Ciudad de Puebla, y no sólo fue héroe en 1862, sino que libró una de las batallas más importantes de la Intervención, cuando el 2 de abril de 1867 ganó una batalla decisiva en la angelópolis, que significó el inicio del regreso del control del país al presidente Juárez y el final del Segundo Imperio. Por lo tanto, no es casualidad, que el propio Díaz en 1901, ya como presidente de México, inaugurara en el Panteón Francés de Puebla, el Monumento a la Paz Franco-Mexicana, (19) que marcaría una nueva etapa de relaciones pacíficas entre ambos países. Y tal era el protagonismo de Díaz, que se envió al taller de fundición en París que hizo las esculturas, el uniforme de este ambivalente personaje para que fuera el modelo para el soldado mexicano que se encuentra con el zuavo bajo el amparo de una alegoría de la Paz, recordándonos que la historia no tiene solo blanco y negro, sino matices que la hacen dinámica y cambiante.

Este gran lienzo tiene como personaje principal a la Batalla del Cinco de Mayo (20) inspirada, entre otras, en una de las obras del pintor del siglo XIX, Patricio Ramos.

El conjunto de escenas de los combatientes funciona como telón para las escenas y personajes que articulan un gran discurso visual añadiendo elementos jocosos como el coqueteo en primer plano de una poblana a un francés (21) que trajo en consecuencia el aumento de la población de la ciudad) o la embestida del General de la Brigada de Caballería Antonio Álvarez, (22) homónimo del artista y pretexto para colocar su firma.

Dos personajes franceses articulan referencias a esta gran historia entre el anonimato y la fama. Un zuavo (23) nos mira de frente, y nos permite recordar su origen. Con este nombre se conocía a algunos regimientos del ejército francés que eran de Argelia y que tenían un uniforme que los diferenciaba. En la intervención francesa los invadidos del pasado acabaron siendo los invasores de aquel presente.

Mientras que el escritor Víctor Hugo, (24) toma un lugar en la historia de México al escribir la famosa carta de apoyo al pueblo mexicano en la que plasmó sus ideas en torno a la invasión: ¡Mexicanos! Tenéis la razón y yo estoy con vosotros. Podéis contar con mi apoyo. Y habéis de saber que no es Francia quien os hace la guerra, es el Imperio. Estoy de verdad con vosotros porque todos estamos frente al Imperio: vosotros en México y yo en Europa. Vosotros en la patria y yo en el destierro. Combatid, luchad, sed terribles y si creéis que mi nombre vale para algo, serviros de él.

De esta forma se llega hasta nuestros días, en un pasado más cercano en donde encontramos actores que reconocemos y que han sido parte de esta historia, convertida en acto cívico masivo a partir del famoso “Desfile del Cinco de Mayo”. Así, un personaje deja su impronta en la obra presente, mirándonos de frente, se trata del donante; Juan Javier Cué y Morán, (25) testigo del desfile del centenario, siendo salpicado del confeti a manera de lluvia patriótica festiva, como si el pasado ya le hubiera festejado por la obra que ahora ha legado a esta ciudad y sus habitantes.

Y nuevamente, las referencias a los sonidos que forman parte de nuestra historia no se hacen esperar a través de imágenes que operan en nuestra imaginación como agentes del recuerdo: el conjunto musical La Tropa Loca (26) con su “Batalla del Cinco de Mayo” (derivada de la canción de Johnny Horton “The Battle of New Orleans”), o los panderos de las jóvenes (27) provenientes de instituciones educativas de todo el Estado de Puebla, que se dan cita en la ciudad para esta celebración. Las referencias a la celebración de la Batalla del Cinco de Mayo en los Estados Unidos, (28) (impulsada en algunos casos por cervecerías mexicanas (29) también tienen su lugar en esta obra.

Y no podían faltar los batallones provenientes de Tetela, Xochiapulco y Zacapoaxtla, (30) que en la Batalla del Cinco de Mayo y en los desfiles nos recuerdan que el pasado indígena de México está más vivo que nunca.

Epílogo

El mural de Antonio Álvarez Morán, realizado con pequeñas pinceladas nos recuerda que la historia se forma de la suma de hechos que a lo lejos forman un todo.

Así, la pincelada dinámica y fluida en su obra, se vuelve una alegoría del discurso histórico, donde no hay nada escrito de forma absoluta. Por el contrario, la reflexión y revisión son las constantes que suscitan nuevos significados y lecturas del pasado, tal y como esta obra nos permite hacerlo, siendo síntesis y reflexión de un abanico diverso de interpretaciones sobre la batalla del cinco de mayo y que ahora, más que nunca, nos invitan a repensar nuestro lugar en la historia, ¿No seremos acaso pequeñas pinceladas que unidas le damos fuerza y sentido a este gran lienzo llamado México, donde cada una es importante y tiene un lugar específico?

Lic. Fabián Valdivia Pérez

2012

«Tradiciones Cholultecas»

Colección del Hotel Real de Naturales Cholollan

-6 Oriente No.7, San Pedro Cholula, Puebla-

“Fiesta de la Tlahuanca”

Óleo sobre tela   –  1.25 x 3.90 metros  –  2006

“La Quema de los Panzones”

Óleo sobre tela   –  1.25 x 3.90 metros  –  2007

Solemnes Fiestas de Labradores y Pobres

Óleo sobre tela   –  1.25 x 3.90 metros  –  2008-2009

«Las Golzarri»

Colección familiar

Óleo sobre tela   –  1.25 x 3.25 metros  –  2010

«Eterno Femenino»

Colección particular

Personajes y símbolos que aparecen en la pintura “Eterno femenino” de Antonio Álvarez Morán

Pintada entre 2014 y 2015

1. Soldadera, basada en la histórica fotografía del archivo Casasola, representa a las mujeres que participaron en la lucha revolucionaria.

2. María Félix, “La Doña” es considerada una de las figuras más importantes de la llamada Época de Oro del Cine Mexicano.

3. El Rebozo es una prenda de vestir femenina característica de México.

4. La Virgen de Guadalupe es uno de los símbolos más importantes de la mexicanidad.

5. Sexy Star es una luchadora enmascarada profesional mexicana, representante de este tradicional entretenimiento popular.

6. La pirotecnia es una tradición muy mexicana que tiene su origen en China.

7. La gran pirámide de Cholula, dedicada a Tláloc es la más voluminosa del mundo: aproximadamente 4,450,000 metros cúbicos.

8. Los arabescos son adornos pintados o labrados, compuestos de figuras vegetales caprichosas, adaptados por la tradición barroca mexicana.

9. La Malinche fue una indígena mesoamericana, interprete y compañera de Cortés. Fue pintada por Diego Rivera en los murales del Palacio Nacional de México.

10. La versión original de La Catrina se debe al artista  José Guadalupe Posada y se ha convertido en la imagen mexicana de la muerte por excelencia, asociándola a la fiesta del día de los muertos.

11. La firma del autor de esta pintura.

12. “La tierra virgen” fue pintada por Diego Rivera en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo entre 1923 y 1927.

13. Frida Kahlo pintó su autorretrato doble “Las dos Fridas” en 1939 mostrando su gusto por el arte popular mexicano de raíces indígenas.

14. La lotería es un juego de azar ampliamente difundido en México que consta de diferentes cartas, entre ellas: La Luna

14a. La Botella

14b. La Calavera

14c. La Sandía

14ch. La Rana

14d. La Mano

14e. La Dama

14f. La Bandera

14g. Las Jaras

14h. La Chalupa

14i. La Rosa

14j. La Campana

14k. La Estrella

14l. La Palma

14m. La Garza

14n. La Sirena

14ñ. La Pera

14o. La Escalera

14p. La Maceta

14q. La Araña

14r. La Corona

14s. La Bota

15. Las poesías entrelazadas en este texto corresponden a fragmentos de la página cuatro del diario de Frida Kahlo y unas “Redondillas”  de Sor Juana. La combinación se puede leer de diferentes maneras, siendo una de ellas esta:

Pintarte quisiera

pero no hay colores,

por haberlos tantos

en mi confusión. (Frida)

Si acaso me contradigo

en este confuso error,

aquel que tuviere amor

entenderá lo que digo. (Sor Juana)

16. La Coatlicue entre los aztecas era la diosa de la tierra y madre de todos los dioses.

17. Sor Juana Inés de la Cruz, máxima figura de las letras mexicanas fue retratada por Miguel Cabrera en 1750.

18. Iztaccíhuatl (mujer dormida) es un volcán que ha generado un sinnúmero de expresiones artísticas y literarias.

19. Yolanda Montes “Tongolele” alcanzó el éxito en el cine mexicano como una de las primeras rumberas de gran personalidad y exótica belleza.

20. Los colores de la Bandera Mexicana.

21. El ánima sola, como otros símbolos católicos está muy arraigada a las tradiciones populares. Representa un alma en el purgatorio en el momento en que, rotas sus cadenas, se destina para el cielo.

22. La imagen de Sara García como “Abuelita” de México ha sido ampliamente difundida por una marca de chocolate, bebida mexicana tradicional.

23. La Osa Menor es una de las constelaciones más conocidas del hemisferio norte, en muchas culturas se le ha asociado, mitológicamente, con deidades femeninas.

24. Niña danzante anónima de la sierra de Puebla de la danza de los “Migueles”.

NOTA IMPORTANTE

En este cuadro se muestra, por primera vez si alguien no demuestra lo contrario, que Frida Kahlo fue influida directamente por el retrato que Miguel Cabrera hizo de Sor Juana al pintar  su autorretrato “Las dos Fridas”. Esto puede afirmarse al observar y comparar el gran parecido que existe entre las dos obras y que en la pintura presente queda manifiesto:

-La posición de ambas mujeres sentadas en una silla mirando directamente al observador.

-El corazón en el pecho de Frida y el escudo en el de Sor Juana.

-Mientras que Frida sostiene sus venas, Sor Juana hace algo similar con el rosario.

-El vestido largo de Frida y el hábito de Sor Juana, que en ambos casos cubren los pies.

El eterno femenino revisitado por Antonio Álvarez Morán.

Sea por una razón, sea por otra, muy pocas de las voces de las mujeres han logrado conservarse en los archivos de la Historia. Es un poco como si la decibilidad femenina, por lo menos hasta una fecha bastante reciente, difícilmente pudiese llegar a registrar su propia huella. Dicha situación resulta altamente contrastante con la representación del cuerpo femenino cuya visibilidad ha ido alimentando de manera bastante regular el campo de la producción artística occidental desde los mismos orígenes del arte en el muy lejano horizonte del periodo paleolítico. Pero no nos dejemos engañar: si bien la imagen de lo femenino se ha venido plasmando en cualquier tipo de soporte beneficiándose de una relativa constancia, muy al contrario, el sentido que le puede ser asociado se ha estado modificando, a menudo por una muy simple razón: siendo el imaginario local, el único responsable de aquella construcción y puesta en escena específica del campo de la imagen, bien puede llegar a caracterizarse por un muy peculiar trabajo de bricolaje geográfico, histórico y sociocultural, sin olvidar, claro, el imprescindible -y fundamental- toque de lo subjetivo. Y no es ningún secreto: todos los lenguajes del texto o de la imagen siempre han quedado permeados por una determinada aura social simplemente porque su primera función es y ha sido, servir a la comunidad, sea con sabor a historia o recuerdo.

En este preciso caso, el campo de la imagen propuesta por Antonio Álvarez se despliega a partir de la representación centrada de la Coatlicue, sin duda una de las piezas escultóricas más emblemáticas de la cultura mexica cuya caída sonó el fin de la autonomía de desarrollo de las culturas nativas mexicanas. Sin embargo, los conquistadores europeos nunca lograron colonizar del todo aquel milenario y complejo imaginario americano, muy pronto reterritorializado de manera excéntrica en un paradigmático abanico de prácticas culturales cuyos destellos vienen plasmados en las pequeñas imágenes-símbolos de la tradicional lotería mexicana que se despliegan como conjunto en forma de ‘V’ en la parte central del cuadro. Y es ahí precisamente, abajo de las dos alas de la ‘V’, quizá como otro punto más de conexión histórico-cultural, que Antonio Álvarez reposiciona la famosa pintura de ‘Las dos Fridas’ uniendo esta vez a la artista moderna con la poeta novohispana en un preciso y meticuloso juego de espejismos. ¿Acaso la misma Frida Kahlo no había ya reinterpretado la pintura realizada por Miguel Cabrera honrando a Sor Juana Inés de la Cruz? Por lo menos, así lo sostiene Antonio Álvarez cuyo trabajo pictórico suele nutrirse y enriquecerse de ciertos archivos visuales minuciosamente revisados y seleccionados: lo que simplemente justifica que aquel ‘eterno femenino’ plasmado en el lienzo se venga nutriendo tanto de figuras anónimas -la soldadera-, como míticas -Sara García como ‘Abuelita’ de México-, históricas -la Malinche-, simbólicas -la Catrina-, celebridades -María Félix envuelta en un rebozo y Tongolele luciendo sus famosas curvas- o figuras populares – la luchadora Sexy Star o la niña danzante de la sierra norte de Puebla. Tal es el rico y vivo entramado visual femenino que nos propone el pintor poblano sellado por la máxima figura de la espiritualidad mexicana: la Virgen de Guadalupe.

Y para ambientar aquella abigarrada visibilidad, Antonio Álvarez construyó un escenario  cuyas formas van siguiendo de cierta manera lo que la mirada de un habitante del valle de Puebla puede comúnmente aprehender a su alrededor en un día particularmente despejado -dejando claro que desde el altiplano mexicano una línea de horizonte no puede estirarse sin quedar interrumpida en algún momento por la silueta de, por lo menos, un volcán y que, mirando hacia el Paso de Cortés, lo primero que se impone es la famosa pirámide de Cholula o Tlachihualtépetl (cerro hecho a mano) coronada desde hace siglos por el Santuario de la Virgen de los Remedios, imagen emblemática entre todas de lo que se ha dado a conocer como ‘fusión de culturas’. En el lienzo, la gran pirámide viene ubicada del lado izquierdo, destacando en su parte superior el remolino de colores de fuegos artificiales. Del otro lado, el derecho, destaca la imponente y mítica masa del volcán Iztaccíhuatl de cuyas entrañas brota la figura de un ánima sola, un volcán-mujer apuntando hacia la constelación de la Osa Menor, comúnmente asociada con deidades femeninas.

Así se concentran milenios de cultura mexicana sellada con los colores de la bandera nacional, cuando Antonio Alvarez se da a la tarea de revisitar el eterno femenino.

Laurence Le Bouhellec

Julio 2015